La linda Maria, hija del guardabosques, encontró un día una nuez de oro en medio del sendero. |
-Veo que has encontrado mi nuez. Devuélvemela -dijo una voz a su espalda. |
María se volvió en redondo y fue a
encontrarse frente a un ser
diminuto, flaco, vestido con jubón
carmesí y un puntia-gudo gorro.
Podría haber sido un niño por el
tamaño, pero por la astucia de su
rostro comprendió la niña que se
trataba de un duendecillo.
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-Vamos, devuelve la nuez a su dueño, el Duende de la Floresta -insistió, inclinándose con burla. |
-Te la devolveré si sabes cuantos pliegues tiene en la corteza. De lo contrario me la quedaré, la venderé y podré comprar ropas para los niños pobres, porque el invierno es muy crudo. |
-Déjame pensar..., ¡tiene mil ciento y un pliegues! |
María los contó. ¡El duendecillo no se había equivocado! Con lágrimas en los ojos, le alargó la nuez. |
-Guárdala -le dijo entonces el duende-: tu generosidad me ha conmovido. Cuando necesites algo, pídeselo a la nuez de oro. |
Sin más, el duendecillo desapareció. |
Misteriosamente, la nuez de oro
procuraba ropas y alimentos para
todos los pobres de la comarca. Y
como María nunca se separaba de
ella, en adelante la llamaron con el
encantador nombre de 'Nuez de Oro".
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viernes, 14 de noviembre de 2014
La nuez de oro
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