Un
ladrón que rondaba en torno a un
campamento militar, robo un hermoso
caballo aprovechando la oscuridad de
la noche. Por la mañana, cuando se
dirigía a la ciudad, paso por el
camino un batallón de dragones que
estaba de maniobras. Al escuchar los
tambores, el caballo escapo y, junto
a los de las tropa, fue realizando
los fabulosos ejercicios para los
que había sido amaestrado.
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¡Este caballo es nuestro! Exclamo el
capitán de dragones. De lo contrario
no sabría realizar los ejercicios.
¿Lo has robado tu? Le pregunto al
ladrón. |
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¡Oh, yo...! Lo compre en la feria a
un tratante... |
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Entonces, dime como se llama
inmediatamente ese individuo para ir
en su busca, pues ya no hay duda que
ha sido robado.
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El ladrón se puso nervioso y no
acertaba a articular palabra. Al
fin, viéndose descubierto, confeso
la verdad.
El ladrón fue detenido, con lo que se demuestra que el robo y el engaño rara vez quedan sin castigo.
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